Un error de muchos años sigue siendo un error.
Llamar blanca a la inocencia y negra a la perfidia
sigue una tradición pero no una verdad.
El blanco puede ser señal de la traición
y el negro ser la huella de la lealtad.
Una simbología obsoleta va par malos caminos.
En el ajedrez la dama negra sobre la casilla negra
puede darte la victoria
y la dama blanca sobre la casilla blanca
hundirte en la derrota.
Negro es al color de un científico ante el microscopio
y blanco el color de un asesino con una metralleta.
Negro es el carbón que mueve las máquinas
y blanca la nieve que las paraliza.
Negra es la sartén familiar
y blanca la mesa sin sopa y sin pan.
Negro es el color de la letra que enseña
y blanca la página que no tiene letras.
Blanco es el fósforo que quema a los niños
y negra la noche que los protege.
Negro es el vestido de las viudas heroicas
y blancos los colmillos del lobo carnicero.
Durante el siglo XX
y a comienzos del siglo XXI
una Casa Blanca en el norte de América
representa el símbolo de la mayor infamia.
Por eso propongo
que con un puno de poderoso amor
derribemos ese castillo de la perfidia
y en su lugar levantemos la Casa Negra de la hermandad,
la Casa Negra de la paz, a Casa Negra de la alegría.
FERNANDO LAMBERG, 2007
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