Elevo entre mis manos un verso de agua pura:
cristal en el cristal, limpidez en lo limpio.
Bebo su frío sorbo, su delicia tenaz
y a mi garganta llega como nieve o rocío.
La cambiante materia que es nieve y es aguja
de hielo deposita un frescor irreemplazable.
Su vestimenta guarda un fulgor de relámpago;
su ala resplandeciente se precipita y cae.
Agua que he contemplado dispersarse en la lluvia,
que he cruzado nadando bajo un cielo de estío,
lentas nubes de forma imprecisa y radiante,
hielo que he destrozado a golpes de martillo.
Lágrimas, humedad de los hermosos labios,
mar que a la arena lanzas insultos y gemidos,
rumor que a cada instante se renueva en la sangre,
generosa hilandera de todos los tejidos.
Agua de calma o tempestad, loca o disciplinada:
en la pequeña gota o en el torrente guardas
tu frase incontenible, tu mudable belleza.
Te apresuras como el corazón o como el corazón reposas,
laguna de zafiro, desbocada vertiente.
Cuántas veces he amado tu vestido inconsútil;
cuánto amo y amaré tu cuerpo transparente.
FERNANDO LAMBERG, 2007
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